Sep. 8, 2024 10:06 pm

OMNIS POTESTAS A DEO es la contribución de Monseñor Carlo Maria Viganò al libro instantáneo “Globalisti Assassini” publicado por Visione editore.

Globalisti Assassini reconstruye el sangriento rastro de la política, desde JFK hasta Trump. Una obra que revela conspiraciones e intrigas en una democracia frágil y manipulada.

Publicación de Monseñor Carlo Maria Viganò

Recurrir al asesinato como herramienta para eliminar a un oponente político despierta en nosotros un sentido de rebeldía que nace de las fibras más profundas de nuestro ser, de ese sentido de justicia violada que es el mismo que sentimos frente a la impunidad de los culpables, la arrogancia violenta de sus crímenes. La única expresión de su tributo: dar a cada uno lo que le corresponde resume el fundamento de la Ley natural que vemos traicionada tanto por la falta de castigo de los culpables como por la persecución de los inocentes y los débiles. En esta violación vemos la abdicación de la autoridad que en toda sociedad humana es precisamente la encargada de administrar Justicia en nombre de Cristo, Señor y Juez Universal.

Pero ¿qué justicia puede haber, donde la autoridad misma no sólo no castiga a los malvados y no recompensa a los buenos, sino que es de hecho la primera en alentar el mal e impedir el bien? El origen de esta inversión es la consecuencia necesaria de una inversión mucho peor del orden social, a saber, el rechazo de Cristo como Dios, Rey y Señor. Es la Revolución, es decir, la institucionalización del Non serviam de Lucifer, y junto con ella la inversión del concepto de Bien y Mal.

El niño asesinado en el vientre materno, la mujer violada, el enfermo abandonado a su suerte por el médico, el comerciante robado, el anciano golpeado, el ciudadano oprimido por impuestos injustos, el estudiante corrompido por el maestro, son todos rostros de una injusticia general que clama venganza ante Dios precisamente porque es en Dios donde cada uno de nosotros encuentra el supremo Garante de la Justicia. Esta petición de venganza, es decir, de restablecimiento de la Justicia violada, es aún más fuerte cuando el mal que vemos cometerse a plena luz del día no sólo no es castigado, sino incluso alentado; mientras que quienes resisten, quienes no aceptan la subversión, quienes continúan creyendo que hay principios inmutables y eternos a los que adherirse, son perseguidos por las autoridades. El profesor despedido por no querer referirse a un alumno con un pronombre femenino, el alumno expulsado por haber afirmado en clase que sólo hay dos sexos, el médico despedido por haberse negado a administrar un suero letal a un paciente, el científico expulsado por no haber avalado el fraude climático, el cura expulsado de su parroquia por haber condenado las desviaciones doctrinales y morales aceptadas hoy en día, son las primeras víctimas de la Revolución. No hay lugar para estas personas en la sociedad trastocada, así como no había lugar para los criminales y los malvados en la sociedad ordenada bajo la Ley del Evangelio.

Cuando tratamos de dar sentido a lo que sucede a nuestro alrededor hoy, debemos tener el coraje de reconocer la traición de la autoridad humana con respecto a la Autoridad suprema de Dios. Sin esta traición, nada de lo que está sucediendo sería siquiera imaginable. Y es por eso que a partir de la restauración de una autoridad sana y conforme a la voluntad de Dios que debemos comenzar a reconstruir la sociedad.

El intento fallido de asesinato del presidente Donald J. Trump es el último de una larga serie de episodios similares mediante los cuales gobiernos corruptos eliminan a personas que consideran un obstáculo para la consecución de sus planes: ya se trate de un expresidente de Estados Unidos, un primer ministro o un excolaborador “incómodo”, nada cambia. Eso sin hablar de los “suicidios” y accidentes mortales de quienes, con su testimonio, podrían haber condenado a figuras destacadas del estado profundo o del lobby globalista.

La cobardía del asesinato cometido por un sicario pone de manifiesto la injusticia de una acción contra un “enemigo” con el que no se acepta un enfrentamiento justo, del que se saldría victorioso. El modus operandi es el que toda tiranía ha utilizado contra sus adversarios: ridículo (el adversario es un bufón al que no se debe tomar en serio), patologización (es un loco al que habría que encerrar en un manicomio), criminalización (hay que meterlo en la cárcel) y eliminación moral o física (no debe existir: es una no-persona sin derechos). Todo aquel que socave el Sistema –sobre todo si tiene una autoridad que proviene de la evidente razonabilidad de sus argumentos que corre el riesgo de abrir los ojos a las masas– se convierte en objeto de esta progresiva ostracización precisamente porque revela la corrupción del poder y la mentira intolerante que lo alimenta. Por tanto, hay que “meter en la diana” a Donald Trump –según la expresión utilizada por Joe Biden cinco días antes del atentado– y cuando es golpeado o herido, la responsabilidad moral no recae en la persona que creó el clima de violencia o en el sicario, sino en la víctima que “se lo buscó” y que, de hecho, explota la agresión sufrida en su propio beneficio.

En los últimos años, otros dirigentes políticos –y no sólo ellos– han sido objeto de esta criminalización instrumental y engañosa: basta pensar en Gabriel García Moreno, Enrico Mattei, John Fitzgerald Kennedy, Aldo Moro, Bettino Craxi, Silvio Berlusconi, Jair Bolsonaro, Robert Fico, Viktor Orbán y tantos otros. ¿Qué tienen en común? Su posición contraria al sistema que los convierte en meros ejecutores de las órdenes de un poder subversivo que lo controla todo. Los ataques mediáticos, los juicios sumarios y la amenaza de represalias se han convertido en la norma, una norma que parece querer extenderse al asesinato, en nombre de la supervivencia de la tiranía y la preservación del poder de las Logias que la guían.

El Mal no puede tolerar el Bien, así como la mentira no puede tolerar la Verdad, así como la oscuridad no puede tolerar la Luz. Sin embargo, pretende que el Bien es conciliador e incluyente, que la Verdad acoge el error, que la Luz se deja oscurecer. Se acusa a la Verdad de intolerancia, se acusa a la Justicia de crueldad y se ridiculiza y desacredita la honestidad y la rectitud. Y esta contradicción –que anula la primacía de lo Verdadero, lo Bueno y lo Justo en favor de lo falso, lo malo y lo injusto– sólo es posible allí donde las masas han sido convencidas de que no tienen ningún principio intangible por el cual luchar y morir. Esta sociedad enredada ha llegado a creer que una madre puede matar a su hijo en el vientre, que los ancianos y los enfermos pueden ser asesinados por el médico, que el pervertido y el pedófilo pueden ser dejados libres para corromper y violar sin que esto despierte la indignación y la reacción de nadie.

En nombre de una paz falsa e hipócrita, los malos ejercen la fuerza contra los buenos, pero se convierte en una opresión intolerable cuando los buenos invocan la fuerza para dejar inofensivos a los malos. Así, el padre de familia que dispara al ladrón que irrumpe en su casa por la noche termina en la cárcel, mientras que el violador y el criminal quedan libres para seguir causando daños. Quien defiende las fronteras de su Patria es un nacionalista peligroso, mientras que quien la invade para subyugarla o devastarla debe ser invitado y financiado. Quien cura a los enfermos debe ser despedido, quien extermina a la población con pseudovacunas recibe honores. Quien no se someta a los sueros genéticos debe ser castigado y privado de trabajo, mientras que quien se someta comprometiendo su propia salud y la de los demás debe ser recompensado. Quien denuncia el golpe de Estado mundial es acusado de conspiración, y quien organiza la conspiración sigue destruyendo su propio país con impunidad. Es el mundo al revés. Es el mundo al revés, pervertido y rebelde que la Revolución quiere. Es el reino del Anticristo, el padre de la mentira, el asesino desde el principio.

Que el mundo esté sometido a Satanás, que es su príncipe, forma parte del misterio de iniquidad que ve la Civitas Dei opuesta a la civitas diaboli. Pero hasta ahora, como signo de contradicción, la Iglesia católica siempre ha combatido con tenacidad y valentía al príncipe de este mundo y sus seducciones. Sin embargo, desde hace sesenta años, la Ciudadela ha sido eclipsada por la falsa iglesia, por esa iglesia profunda que es al cuerpo eclesial lo que el estado profundo es al Estado: un cáncer que mata lentamente a la institución desde dentro, que se extiende a todos sus miembros, que destruye sus órganos. Esta acción desintegradora ha llevado a sus peores enemigos a la cima de la Jerarquía, llegando al punto de usurpar el Trono de Pedro y abusar de la autoridad sagrada del Vicario de Cristo para contradecir la enseñanza del mismo Cristo. Así, así como en el orden querido por Dios el señorío de Jesucristo une en sí el poder temporal y espiritual, así en el caos infernal de Satanás la tiranía del Anticristo deberá unir en sí el estado profundo y la iglesia profunda, para poder ejercer un control absoluto sobre la humanidad. Un falso profeta, a la cabeza de una falsa iglesia humanitaria y filantrópica, apoyará la sinarquía del Nuevo Orden Mundial, así como en la societas christiana el Papa ratificó la autoridad de los Soberanos Católicos.

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Que el mundo esté sometido a Satanás, que es su príncipe, forma parte del misterio de iniquidad que ve la Civitas Dei opuesta a la civitas diaboli. Pero hasta ahora, como signo de contradicción, la Iglesia católica siempre ha combatido con tenacidad y valentía al príncipe de este mundo y sus seducciones. Sin embargo, desde hace sesenta años, la Ciudadela ha sido eclipsada por la falsa iglesia, por esa iglesia profunda que es al cuerpo eclesial lo que el estado profundo es al Estado: un cáncer que mata lentamente a la institución desde dentro, que se extiende a todos sus miembros, que destruye sus órganos. Esta acción desintegradora ha llevado a sus peores enemigos a la cima de la Jerarquía, llegando al punto de usurpar el Trono de Pedro y abusar de la autoridad sagrada del Vicario de Cristo para contradecir la enseñanza del mismo Cristo. Así, así como en el orden querido por Dios el señorío de Jesucristo une en sí el poder temporal y espiritual, así en el caos infernal de Satanás la tiranía del Anticristo tendrá que unir en sí el estado profundo y la iglesia profunda, para poder ejercer un control absoluto sobre la humanidad. Un falso profeta, a la cabeza de una falsa iglesia humanitaria y filantrópica, apoyará la sinarquía del Nuevo Orden Mundial, así como en la societas christiana el Papa ratificó la autoridad de los Soberanos católicos.

Hoy ese proyecto totalitario y distópico ha llegado casi a su plena realización. Los emisarios del Foro Económico Mundial y otros organismos supranacionales de origen masónico están ostentosamente a la cabeza de todos los gobiernos occidentales y pueden valerse de la colaboración de la iglesia bergogliana, que ha hecho suyas todas sus reivindicaciones. ¿Cómo se podía pensar que la voz de quienes desde hace años denuncian este golpe de Estado y la traición de la jerarquía católica se libraría del feroz ostracismo que golpea a todo aquel que no secunda los planes de la inimica vis? Era sólo cuestión de tiempo. Y así vemos a la autoridad de la Iglesia –usurpada para ser utilizada contra la Iglesia– moverse contra un Arzobispo y ex Nuncio Apostólico, acusándolo nada menos que de cisma por haber denunciado las herejías y desviaciones del jesuita argentino y por haber rechazado el Concilio Vaticano II que le abrió el camino. Un juicio-espectáculo no menos grotesco que los que en el ámbito civil se han llevado a cabo contra aquellos líderes políticos que han denunciado de manera similar la amenaza inminente del globalismo.

La mentira en la que se basa la acción del Estado profundo y de la Iglesia profunda es la misma: hacer creer que la autoridad, una vez cortado el cordón umbilical que la une a la Autoridad soberana de Cristo, puede mantener su legitimidad en virtud de una pretendida autorreferencialidad que absolutiza la autoridad terrena, llevándola inexorablemente a la tiranía. Omnis potestas a Deo, nos enseña la Sagrada Escritura (Rm 13,1). Esto significa que si el poder de quienes gobiernan en la tierra –tanto en lo temporal como en lo espiritual– no ejerce su autoridad no sólo en nombre de Dios sino también conforme a Su voluntad, entonces no tiene legitimidad. Y ésta es, en definitiva, la protección contra cualquier tiranía que Nuestro Señor quiso dar a las instituciones terrenas, para que no degeneren en totalitarismo.

Obedire oportet Deo magis quam hominibus. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29). Quien manda y quien obedece –tanto en el Estado como en la Iglesia– debe tener en Cristo Rey y Sumo Sacerdote el fundamento de su autoridad y de su obediencia. Fuera de Cristo, todo es necesariamente caos y desorden, y como tal no tiene legitimidad: ni la arrogancia de quienes usurpan su Cetro, ni la rebelión de quienes se creen exentos de su Señorío Universal.

El mundo se prepara para un gran despertar, un desvelamiento (en el sentido etimológico del término “apocalipsis”) de la mentira que ha eclipsado a la Verdad durante demasiado tiempo. Cuando lo que hemos tenido ante nuestros ojos se nos presente como lo que realmente es y no como se nos presenta, todo adquirirá sentido, también y sobre todo en clave escatológica. No será la realidad la que cambie, sino nuestra comprensión de ella. Sólo Nuestro Señor, Lux mundi, puede iluminar la oscuridad de esta noche oscura tanto para quienes Él ha puesto en la autoridad como para quienes están jerárquicamente sujetos a ella.

Sobre el libro:

La actual campaña electoral presidencial estadounidense de 2024 ha sido la más agitada y violenta de la historia. Una mezcla de giros y vueltas que culminó con la dimisión del presidente saliente Joe Biden. La polarización de la opinión pública, que ha caracterizado este período convulso, alcanzó su punto álgido con el ataque del 13 de julio a Donald Trump, que tuvo lugar durante un mitin en Pensilvania. Trump escapó por poco de la muerte, convirtiendo el ataque en una oportunidad para consolidar su imagen de héroe antisistema.

Las anomalías y las circunstancias misteriosas del ataque han suscitado dudas y preguntas que han quedado sin respuesta. Globalisti Assassini no solo analiza los misterios del intento de asesinato de Trump, sino que revela el patrón que se adopta cada vez que un candidato, Presidente o Primer Ministro, se desvía de la “valla” delimitada por el Sistema, convirtiéndose así en un inconveniente para ese puñado de tecnócratas que, cuando es necesario, pueden activar asesinos decididos y experimentados para “castigar” o “doblegar” a políticos que de repente se han vuelto poco confiables y reacios a obedecer órdenes que vienen del exterior.

A través de testimonios, análisis geopolíticos e investigaciones en profundidad, este libro pretende rasgar el velo de sombra sobre el poder oculto que actúa tras los bastidores del Poder, reconstruyendo el rastro de sangre y violencia que recorre la historia política moderna, desde el asesinato de figuras como John F. Kennedy, Robert Kennedy, Martin Luther King, Enrico Mattei, Aldo Moro, Thomas Sankara, Olof Palme, Giovanni Falcone, Paolo Borsellino, llegando hasta nuestros días con los atentados a Donald Trump y Robert Fico. Asesinos globalistas ofrece una mirada inquietante al lado oscuro de la política global y las fuerzas que buscan controlar el destino de las naciones. Una obra que arroja luz sobre la conspiración, la intriga y el precio de la verdad en una democracia cada vez más frágil y manipulada.

Original de The Gateway Pundit.

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